Un guarro y un rastreo de portada
La familia «Fozzie» se va de Espera.
Llevábamos toda la semana de frío intenso, bajo cero, de amanecidas con el capó del coche blanco y el vaho saliendo a través de la mascarilla que la dichosa pandemia nos fuerza a llevar, a veces para salvar la propia vida. Pero siempre me han gustado las esperas de invierno duro, posiblemente por que pocas veces me han defraudado.
Era viernes, los chicos acababan de terminarlos exámenes y andaban con ganas de campo, tanto o más que yo, aunque Fozzie 3 andaba aislado en su cuarto hacía casi una semana pasando “la” enfermedad y sin ver al resto de la familia. Una llamada rápida con mi amigo y socio del coto fue suficiente para dejar organizada la salida al día siguiente. Nos íbamos de espera.
La semana se cerraba con noticias esperanzadoras en todos los sentidos e imagino que eso me llevó a lanzar por WhatsApp un mensaje divertido, que a modo de tic-toc de audio preparé con la peque (Fozzie 5), anunciando al grupo de amigos cazadores repartidos por la geografía nacional que nos íbamos de espera. Estaba animado.
Hacía un tiempo que no me acercaba a ese coto y no sabía a ciencia cierta como iba a estar, por lo que salimos con tiempo como para revisar los puestos. Que decepción fue al comprobar que los comederos no estaban atendidos como nos gusta… A pesar de ello y pensado en el aire de Levante que tendríamos esa noche, había un par de ellos con rastro reciente y otro de los que no suele fallar que, sin poder ver indicios claros por lo duro que estaba el terreno, parecía que seguía recibiendo visitas y podríamos intentar ponernos mi amigo, Fozzie 4 y yo mismo. Así nos fuimos a comer y a medida que degustábamos las viandas decidíamos donde nos íbamos a poner.
Esto de las esperas tiene de bueno que desde que decides que vas a ir ya estás cazando, disfruto lo mismo pensando en la estrategia como del lance y su posterior resolución, comentando con los amigos el qué, cómo y por qué de lo acontecido en la espera… como yo digo eso es “cazar de salón”.
Terminamos de comer, y tras tomarnos el café y recoger los bocatas de la cena, pusimos de nuevo rumbo al coto con el ánimo dividido entre la incertidumbre del estado de los puestos y la “quemazón” que siente el esperista cuando va a “entrar en combate”.
CURARE
La teoría del uso del «Curare» en la famila Fozzie viene de lejos. ya conté como Fozzie 3 le había atizado un flechazo a un guarro que le entraba por el jamón derecho y le llegaba al costillar izquierdo. Una suelta con el guarro en diagonal de atrás hacia adelante, que empezó con la leyenda…
La leyenda se expandió cuando, la temporada siguiente, Fozzie 4 iba a soltarle a un guarro que había entrado en plaza y al echarle la luz el animalito giró en redondo y empezó a salirse a trote cochinero, momento en que le soltó la flecha que quedó trasera, lo que se dice “un tiro jamonero”. Pero mira por dónde, le entró la saeta alta por el jamón derecho y al salirle por el izquierdo tuvo la fortuna de cortarle la femoral, no llegando a andar más de cuarenta o cincuenta metros…
Tras este segundo lance, uno de los miembros de un foro que frecuento no lo dudó y comentó: “¡Eso es el curare que le echan los Fozzies a las flechas!”. Y con la coña del curare venimos lidiando desde la primavera pasada…
Así pues, el curare es un veneno que, según uno de los miembros del foro de Esperas Aguardos al Jabalí, es lo que utilizamos los Fozzies para poner en nuestras flechas, sin duda como referencia a los tiros tan malos como efectivos que solemos realizar con el arco. Y es que ya iban dos tiros a la misma zona y el mismo jamón, que daba al traste con las andanzas de los suidos.
Llegamos al coto y al poco paramos a pertrecharnos, antes de llegar a los puestos. Era día de estreno de los “juguetes” que tan generosamente nos habían traído los Reyes Magos que, a modo de oro, incienso y mirra, en mi caso consistía en un nuevo calzón de forro polar, un mono de esperas de la talla muchas-equis-ele que conseguí traerme de Estados Unidos y un nuevo térmico de esos que cuando miras por él se ve mejor que la tele de casa. Allá que iba engalanado con todos mis archiperres nuevos.
Poco tardamos en llegar a mi puesto, el primero que me quedaba de la terna de esperistas, que debe su nombre a un árbol cuyo tronco crece tumbado, a ras de suelo, con tres ramas que salen verticales apuntando directamente al cielo, y que está pelado y sangrando resina casi permanentemente por las frecuentes visitas que nuestros amigos de la mirada baja le hacen.
Dejamos el coche antes del puesto y me ayudaron a bajar todos los bártulos, andando en fila india, como no podía ser de otra manera cuando vas con el arco, hasta llegar bajo una encina cuyas chaparras deberían camuflar la silueta del blind. Con el blind ya montado, abrí la silla y metí dentro el resto de cosas mientras escuchaba los sigilosos pasos de retirada de mis acompañantes y el posterior ronroneo del motor del coche al alejarse hacia sus puestos.
EN MODO SILENCIO
Coloqué las cosas dentro del blind y terminé de ponerme la capa de color negro que me camufla en su interior: verdugo de seda, gorro de lana, braga d
e forro polar y guantes de seda para el tiro, que junto con una mantita de forro también negra esperaba que fuese suficiente para soportar la sensación térmica de cuatro grados bajo cero que pronosticaban las aplicaciones del tiempo para esa noche.
Abrí sólo un pequeño ventanuco de tiro, pues estaba a apenas once metros a ras de suelo y no estimé que fuese necesario más. Me senté, colgué el arco del gancho que pongo en el techo del blind y cogí el carcaj para elegir la flecha titular que iba a entrar en juego esa noche.
Fue en ese momento cuando recordé el cachondeito del curare, anda que como meta un tiro jamonero a ver quien se quita en San Benito del curare, pensé. Elegí la flecha con la punta más afilada y al comprobar el culatín luminoso vi que no funcionaba. Elegí otra flecha que tenía el lume-knock operativo y le cambié la punta por la otra más afilada, ahí te va el curare dije para mis adentros…
Quedaban dos minutos escasos para las seis, cuando saqué una foto del puesto y la mandé con el móvil para advertir a compañeros y amigos que estaba en posición… Era el momento de entrar en “modo silencio”, uno de los momentos que más disfruto de las esperas pues es cuando te camuflas de verdad en el monte, sin más ruidos y como observador de la naturaleza, como parte de ella, enmontado tras la cruceta, en este caso la del arco.
Recuerdo que miré el reloj sobre las siete menos diez extrañado de que todavía hubiese algo de resplandor en el cielo, que diez minutos después se convirtió en oscuridad absoluta, la luna menguante no asomaría hasta las once, y sentí en los pómulos por primera vez que ya estábamos bajo cero.
Al poco rato, detrás de mi y a la derecha, salto la mirla haciendo que se sacudiera la espalda. Ojo, pensé, a ver si van a venir tempranito… la segunda mirla a los pocos minutos, por la misma zona, pero más cercana, puso en marcha la adrenalina con la correspondiente subida de pulsaciones y una respiración que tuve de controlar de forma consciente para que no se oyera desde el vecino pueblo. Encendí los pines del arco, conseguí relajar el ritmo respiratorio y me dispuse a esperar acontecimientos.
Un par de minutos después, a lo sumo, sentí las pisadas desde la derecha ya casi metidas en “plaza”. Estiré la mano izquierda para recoger el térmico que estaba encima de la funda del arco y, tapando el ocular con la mano, lo acerqué al ojo para observar que, casi de puntillas, se había metido en plaza una piara de marranos de 50-60 kilos, entre los que destacaba uno más alto que pude identificar como una hembra, seguramente la guía. Decidí tirar, que tenía ganas de estrenarme con el arco, hasta ahora sólo un espeto que no encontré y varios sustos conformaban mi “palmarés”. El que estaba más cruzado fue la elección.
Tocaba volver a relajarse, de nuevo, para ejecutar el proceso de apertura, una de las grandes diferencias de la caza con rifle y que hace eleva la caza con arco en su grado de dificultad frente al rifle. Deje el térmico, me bajé el verdugo de seda para ubicar bien el botón de boca, agarré el disparador, en mi caso de pulgar y que mantengo enganchado a la cuerda con otro archiperre de Total Peep , y empecé a abrir el arco como tantas veces había entrenado. El mono nuevo estaba demostrando su utilidad para el frío, tocaba ver si era suficientemente silencioso para abrir a once metros y no espantar a una docena de guarros… y afortunadamente funcionó.
Controlando la respiración, con el arco abierto, me repetí mentalmente la secuencia de tiro: botón de boca, nariz, repasar la posición de la mano para el torque, preparar el índice para la luz, apuntar hacia donde estaba el guarro elegido… no entendía como estaba calmado con los nervios que a la vez tenía.
Todo listo Fozzie, dedo cerca del “gatillo” enciende la luz, corrige rápido y tira bajo, a ver si esta vez toca. Pulse ligeramente con el índice, lo tengo bien ajustado, y el sol rojo iluminó la escena…
No había empezado a afinar la ubicación del pin, cuando la guarra guía salió por patas, mientras que el resto de guarros, medio despistados, empezaban a girar para salirse de plaza. ¡Mierda, se me van! Hice una corrección rápida hacia la derecha y, como nunca debe hacerse dije: “coño suelto aunque pierda otra vez la flecha…”
La flecha salió volando cuando moví ligeramente el pulgar sobre el disparador y pensé, verás otra vez un metro por encima, a ver si veo donde va el lume-knock y por lo menos no la pierdo… La flecha voló hacia el infinito y, de repente, empezó a desplazarse hacia la derecha describiendo una sinusoide que me dejó extrañado, pero que ya había visto con mis hijos.
Literalmente se me abrió la boca… coño, que le he dado !!!!
Cogí el térmico a ver si conseguía escudriñar donde estaba el guarro, pero ni flecha ni guarro, no veía na-de-na a través del único ventanuco abierto. Eran las siete y veinte cuando mandé el mensaje anunciando que alguno se había llevado puesta la flecha, de todo menos un tiro controlado que horror… La primera respuesta que recibí decía: “muerto, dale 15 minutos a que el Fozzie curare haga efecto”. ¡ Me lo temía !
Habíamos acordado quedarnos hasta las doce, pero el frío arreciaba y nuestro amigo le dijo a mi hijo que le recogiera a las diez y media, y lo pisteábamos, así que cuando llegaron ya tenía todo recogido y, por primera vez, salí del blind buscando con el térmico la figura tumbada del animal. Pero ni cochino, ni flecha, ni lume-knock….
Les conté el lance, vimos las huellas en el tiro y nos desplegamos a ver si veíamos sangre…Al rato escuché un ladrido que sabía lo que significaba: guau, guau, guau !! El cachondo de mi amigo me indicaba así que había encontrado la primera sangre.
Anduvimos unos doscientos metros siguiendo el rastro que de gota en gota o a chorreones, encontrábamos más o menos cada medio metro. Sangre de color rojo vivo, pero sin las burbujas características del tiro de pulmón, a saber la que he liado… Y ni flecha ni lumen-knock ni guarro, a pesar de ir mirando continuamente con el térmico, para evitar sustos, y eso que algunos pasos entre chaparras deberían haber partido la flecha… eso no es lo que pasa en los videos de YouTube, pensaba…
Iba contando el rastreo a los amigos y, uno de ellos que es miembro de AEPES se ofreció a llamar al Delegado Territorial para que me enviaran a un conductor con su perro. Poco antes de las doce y con el hielo resplandeciendo por el suelo, estábamos a siete bajo cero, tomé la decisión de aplazarlo al día siguiente y apoyarme en AEPES para encontrarlo. Justo ese día no me había llevado a Arco, mi teckel…
AEPES
A las doce de la noche, vaya afición tiene también esta gente, me estaba llamando y tras pedirme algunos detalles del lance y de la ubicación, me indicó que lo circulaba y en cuanto tuviera respuesta me llamaban, seguramente a primera hora de la mañana. Esta vez estaba dispuesto a que los expertos se encargasen del pisteo, ya había hecho un espeto una vez y esta vez el rastro me parecía claro casi como para asegurar que lo íbamos a encontrar.
Casi a las cuatro de la mañana llegamos a casa, tras dos horas de ruta, y cada vez que el sueño me cerraba los párpados no podía dejar de ver el culatín luminosos dando saltitos gimnásticos mientras desaparecía por el lado derecho del ventanuco del blind. Una hora después definitivamente me venció el sueño…
La claridad del día, un exceso de claridad más bien, me hizo abrir los ojos para descubrir que mi esposa había salido del cuarto sigilosamente para dejarme descansar y saltaron las alarmas, eran las diez y no había sonado el teléfono todavía !! Me di la vuelta miré el teléfono y había llamadas, mensajes de WhatsApp, les faltó mandarme un mensajero y yo, como un bobo, había olvidado quitar el modo silencio del teléfono desde la espera…
Sentado todavía en el borde de la cama y con los nervios a flor de piel, devolví la llamada a Joaquín, el conductor que me habían asignado y que ni más ni menos se iba a chupar hora y media de coche para llegar al coto. Que afición tiene !
Llegado este momento, creo que es mejor anexaros el relato que Joaquín hace sobre el pisteo:
RASTRO 205
Domingo, 23 de enero de 2022
En la madrugada de este domingo alrededor de las 7h recibo un mensaje de whatsapp en el que informan que en la tarde de ayer sábado sobre las 19,30h un cazador ha tirado con arco a un guarro en espera en un cebadero en un pueblo de la serranía de Cuenca.
Como hoy tengo tiempo, decido ir a ayudarles a buscarlo y pido su teléfono. Pero después de algunas llamadas infructuosas para contactar con el cazador, decido llamar a José María Barquilla que es el delegado territorial de AEPES en CLM. Este me dice que el cazador es de Madrid y que había regresado en la noche a su casa para descansar. Pienso que estará aún durmiendo y le mando algún mensaje escrito a la espera de que él me llame. Aún así, no consigo hablar con él de ningún modo. Ya pasadas las 10 de la mañana empiezo a pensar que lo mejor sería ir después de comer porque se me va a hacer ya muy tarde.
Por fin, a las 10,30h consigo hablar con él y me dice que llegaron muy tarde a Madrid, sobre las 03,30h de la madrugada y que se acaba de poner en marcha por lo que hasta las 12,30h o algo más no será posible llegar al lugar donde hemos quedado. Me comenta que él llevará un perro teckel y yo le pido que si lo trae no lo baje del coche hasta que termine el rastreo porque mi perro Sabú prefiere socializar con otros de su especie a rastrear. Así que, aclarado este punto, quedamos en el hotel Isis.
Yo empiezo a preparar las cosas necesarias para el rastreo.
Mientras me estoy poniendo la ropa de campo, me llama Abel, también socio de AEPES, y me dice que le gustaría acompañarme. Le contesto que por supuesto que sí. Así que hemos quedado todos en el mismo sitio y a la misma hora.
Cuando llego, Abel me está ya esperando y después aparece el coche del cazador apodado como Fozzie (en los foros de espera al jabalí) y que viene acompañado de su amigo Fede y de su hijo Gonzalo que ambos también estuvieron la noche anterior de espera pero en sitios distintos. Después de las presentaciones oportunas, Fede me dice que me conoce porque el año pasado rastreé un guarro para un grupo de amigos de Iberalia y él estaba entre ellos. Después de referir aquella ocasión, Fozzie el cazador y Abel se vienen en mi coche, los otros dos en otro y nos dirigimos al lugar del lance. Durante el trayecto, me explica lo sucedido ayer. Resulta que lleva algo más de tres años intentando cazar con arco y este es el primer guarro al que le suelta la flecha pero lo ha dejado herido.
Muy cerca del cebadero, se había apostado en un escondite de lona, en el suelo, cuando una piara de unos doce animales de varios tamaños les entró a una distancia de unos once metros. Después de elegir al que mejor podía disparar, encendió la luz de la linterna, momento en el cual salieron todos corriendo y, en un breve instante de titubeo, dado que hay pocas oportunidades para disparar, decidió abrir los dedos para que volara la flecha a gran velocidad. Observó cómo la parte trasera iluminada entre las plumas de la flecha pendía clavada y ondulante de forma rápida sobre el cuerpo del animal hasta que lo perdió de vista.
Después de tres horas, decidieron ir a buscar al herido y recorrieron unos 25m hasta ver las primeras gotas de sangre. Lo buscaron bastante tiempo viendo alguna sangre más pero, en vista de que ya no estaba cerca, decidieron llamar a AEPES y estos a mí. Le pregunto al cazador dónde cree que le dio la flecha al guarro y me dice que un poco de costado pero, sin decirle a él nada, intuyo que le tiró huyendo por detrás.
Mientras estamos llegando al sitio, un paraje precioso con una inmensidad de pinos y pastos por los que campan tranquilamente los bovinos de cebo con sus crías, llegamos a un gran arenero con mucha maquinaria pesada y le digo al cazador que en este mismo lugar el verano pasado le rastreé un guarro a Sergio, otro gran cazador que él conoce. En aquella ocasión se vino también Laura, mi mujer, y disfrutamos todos del emocionante encuentro de aquel animal. En fin, todos conocen a todos en este mundo de la caza.
Después de dejar los coches muy cerca del cebadero, bajo a Sabú y le pongo su equipo de rastreo: chaleco, arnés, collar GPS, campanita y traílla. Yo también me preparo y me pongo el tres cuartos que usé en la mili, chaleco naranja, gorra y el rifle Sabatti corto 30.06.
Nos acercamos al cercano anchuss y allí me explican cómo se desarrolló la escena. También me comentan que marcaron con unos plásticos azules en los árboles los restos de sangre que encontraron y me señalan dónde están. Fozzie me dice que cree que es mejor para él quedarse sin acompañarnos en el rastreo porque tiene dolor en las rodillas y prefiere aguardar con su teckel de pelo fino en el coche hasta que volvamos.
Por fin pongo al perro en el sitio del impacto y este, muy despacito, va oliendo el suelo en dirección hacia donde se encuentran las señales. Nos siguen Fede, Gonzalo y Abel. Les digo que vayan cerca de mí y que intenten memorizar dónde vemos la última sangre, bien cantada por ellos o por mí. Pronto encuentro unas gotas de sangre en una piedrecita y la canto en alto.
Sabú se va animando y empieza a tirar con decisión lo que me alegra enormemente porque sé que lleva el rastro del herido. Va muy concentrado con la nariz pegada al suelo y con mucha alegría. Otras gotas de sangre y un poco más delante, un chorreón en la hojarasca. Miro al grupo que nos sigue y los animo a que anden más deprisa y más cerca, si cabe, de mí.
“Muy bien, Sabú! Tienes el rastro, amigo. Bien”
Los metros van pasando dejándose ver alguna gotita al pasar el perro por encima. El rastro se va desarrollando trazando unas grandes curvas a lo largo de un camino que llegamos a cruzar tres veces.
Ahora se ve perfectamente una cama con tierra removida y Sabú pasa a su lado sin darle mayor importancia.
Volvemos a poner espacio de por medio entre nuestros tres seguidores y al encontrar alguna gota nueva de sangre, aprovecho para elevar la voz y levantando mi brazo los llamo para que se acerquen a mi lado.
Ahora toca bajar una ladera. Sabú va con mucha decisión, sin perder la concentración. Y, aunque nuestros seguidores van ahora cerca comentando los indicios, el perro va a lo suyo.
Lo vuelvo a animar: “ Muy bien, muy bien, Sabú. ¡Este es mi perro! Eres el mejor… ¡Vamos, que éste es nuestro!”
Encontramos otra cama pero no me paro a tocarla. Vamos bien.
Ya bajando la ladera, veo que nos dirigimos a un camino muy bien arreglado y al llegar a este, tenemos que dar un salto para posicionarnos en él. Al cruzarlo, Sabú gira a la izquierda entrando y saliendo del mismo varias veces. Como noto que duda oliendo los romeros y orinando mientras me mira, les digo a nuestros acompañantes que marquen este lugar antes de bajar al camino. Abel lo marca con un trozo de rama seca atravesando el camino y con la mano les indico que se queden ahí.
Sabú se va alejando y aprecio que no va bien haciendo eses y oliendo aquí y allá. Nos alejamos del recorrido pero no molesto al perro y lo dejo hacer. Sabú se para de pronto y me mira. Ahora estoy seguro de que ha perdido el rastro. Él también lo sabe. No lo corrijo. Prefiero que actúe y decida. Estamos a unos setenta metros del último indicio.
Entonces el perro empieza a volverse poco a poco como disimulando su error y buscando el olor perdido. Cruza de nuevo el ancho camino y siempre sin parar de oler y buscar, se dirige hacia donde lo perdió y ya cerca del lugar donde nos esperan los acompañantes, me indican dónde está la última sangre. Sabú, adivinando lo que estos dicen, se encara por el rastro de nuevo, lo retoma y en ese punto, vemos que ahora va bien.
Sigo animando a Sabú con dulces palabras pero sin ser pesado.
Volvemos a cruzar de nuevo el camino que se muestra recto ante nosotros. Entonces veo unas piedras muy blancas salpicadas de sangre. Avanzamos y llegamos a lo más bajo de la ladera. Ahora toca subir.
Otra gota de sangre sobre una ramita que canto. Subiendo, subiendo y con la boca abierta y seca, veo claramente otra cama manchada de sangre con tierra que toco y compruebo que está fresca al enrojecerse mis dedos.
Me apoyo en un pino para tomar aire al tiempo que me abro la cremallera del abrigo porque ya voy sudando. Sabú me espera quieto, sin volverse con la boca cerrada y mirando en la dirección que llevamos. Subimos otro tramo más y ya casi llegando a la cima, Sabú se para con la cabeza levantada. A mí me da tiempo a alcanzarlo. El perro continúa quieto mirando fijamente a un punto y descubro al guarraco con la flecha verde clavada en el jamón derecho.
Doy mil alabanzas a mi perro que se tumba de gusto y lo acaricio por todo el cuerpo dando con alegría patadas al aire. Se pone de pie y se me sube de manos para darnos el merecido abrazo. Siempre lo hace.
Después llegan los acompañantes y nos felicitamos. Nos hacemos las fotos de rigor sin mover aún al animal que resulta ser una gran hembra.
Observo la entrada de la flecha por el jamón unos 25 ó 30 cm llegándole a los intestinos y sé que le ha tenido que producir una gran hemorragia interna. Se ve que si la flecha le hubiera dado con más inclinación o un poco más arriba o más abajo, la guarra no se hubiera caído.
Después del encuentro, llaman a Fozzie para que venga en coche y se reúna con nosotros. A su llegada nos felicitamos mutuamente; yo a él por su cobro y él a nosotros por el rastreo sin parar de darnos las gracias emocionado.
Los cazadores deciden que van a aprovechar la carne del animal y retirarán también el trofeo. Mientras tanto, Abel y yo con Sabú que ahora va suelto con mucha alegría, volvemos andando en busca de nuestro coche.
Antes de marcharnos, el cazador pone a su perro en el rastro para ver si es capaz de llegar hasta la pieza.
Ha sido un rastro de 1.100 metros relativamente fácil para lo que estamos acostumbrados y además, resuelto en 20 minutos. Últimamente hemos tenido que rastrear sin apenas sangre ni otros indicios.
Quedamos en el hotel de esta mañana y una vez allí, nos dicen que nos invitan a comer pero Abel comenta que se tiene que ir.
Durante la agradable comida, solo hablamos de caza y perros.
Antes de despedirnos, Fozzie quiere darme una propina que yo rechazo porque ya me ha invitado a comer. Pero él insiste mucho aunque sea por cubrir los gastos del desplazamiento. Finalmente se la acepto porque me introduce un dinero en el bolsillo y no se lo puedo despreciar aunque yo insisto diciendo que AEPES no cobra.
Hoy he conocido grandes cazadores y mejores personas.
Llegado a este punto de mi vida, casi he de decir que me produce más satisfacción rastrear que cazar.
¡Viva la caza!
Joaquín Rómulo Ortega Barnuevo y Sabú
Poco más que añadir a las magníficas sensaciones que transmite Joaquín de lo que es hacer un rastro con tu propio perro…
Gonzalo me llama, a los veinte minutos de empezar el pisteo, yo estaba en el coche con Arco, mi perro:
– Papá, hemos perdido el rastro…
– ¡ Anda ya !
– Que noooo, ¡que ya le hemos encontrado!
Que alegría me dio… por fin cobraba mi primer guarro con arco.
En estos primeros años había soltado varias veces, a dos corzos y tres cochinos. Me costo cuatro fallos ver que el “rest” que utilizaba no funcionaba bien y cambiarlo y un quinto lance a un guarro que traspase con un tiro trasero de hígado que no pudimos cobrar. Por eso, esta vez, estaba dispuesto a dar con el guarro y acudí a los mejores, y Joaquín y Sabú son un magnífico equipo que ya habían demostrado sus capacidades anteriormente en el coto, para dar con el guarro.
Terminado el pisteo por Aepes, mientras ellos estaban a un kilómetro con el guarro muerto, puse a Arco en el anchuss y, para mi deleite, Arco cogió el rastro de salida perfectamente, llegó a la primera sangre y empezó a tirar de la traílla con fijeza… Que alegría verle trabajar, como entiendo la afición de la gente de AEPES… llevaría 60 o 70 metros con el rastro cuando me llamó Gonzalo:
– Papá, baja que te estamos esperando.
Me pareció una falta de respecto no hacerlo, así que llamé a Arco le felicité efusivamente lo cogí en brazos para sacarle del rastro y me fui al coche para encontrarme con ellos en el último cruce que el rastro hacía con un camino, a unos cuarenta metros de donde yacía el cochino.
DE PORTADA
En unos minutos me encontraba reunido con ellos en el camino y, casi sin darme tiempo a bajarme del coche, Gonzalo me dio un abrazo y un beso, de esos que no hay dinero en el mundo que lo pague…
– Que alegría papá, ahora entiendo cuando dices que tú te alegras más cuando nos ves cazar que cuando los cazas tu mismo…
Me acerqué a Joaquin y Abel y les di la enhorabuena por el rastreo bien hecho. Abrazo con Fede, de esos abrazos que se da uno con un amigo cuando comparten una alegría y luego Joaquín me contó por encima como había sido y me enseñaron la sangre que cruzaba el camino.
Les dije que no me dijeran donde estaba el guarro, saqué a Arco, le puse la traílla y, acercándome a la sangre de di la orden de “busca”. El animalito empezó a tirar, viéndose claramente que seguía la sangre, que alegría verle tirar… Cuando empezábamos a subir la cuesta empezó a tirar con mas fuerza dudo, se corrigió y volvió a coger el rastro, para salirse de la sangre en un momento dado y empujar en una dirección. Sin duda ya le daba el olor del guarro, que a escasos diez metros encontró tumbado en el suelo, acercándose despacio a él para luego empezar a morderle. Que gusto cuando tu perrete te da esa alegría, aunque esta claro que tengo que entrenarlo más, ya estoy decidido a ello. Y es que ver trabajar a un perro con más de 200 rastros te deja claro que los perros, tengan o no mejor sangre para ello, hay que dedicarles tiempo y entrenarlos para disfrutar más de ellos todavía.
Más besos, más abrazos, en fin, ese momento de euforia de cuando encuentras una pieza y más cuando es tu primera pieza, en este caso con arco. Recuerdos para toda la vida que intento, humildemente, transmitir a través de este relato.
Como decía Joaquín, disfrutamos de una comida entre amigos, hablando de caza, y nos despedimos de ellos, que a Joaquín todavía le quedaba hora y media para volver a casa. Aquí hago un breve paréntesis, aunque NUNCA los conductores de AEPES piden nada por acudir creo que es de recibo que, los cazadores que nos vemos auxiliados por tan útil “herramienta” como es un perro especialista en rastro y que nos dan las alegrías de encontrarnos las reses de nuestros lances, les sufraguemos los gastos, aunque sea sólo la gasolina, para que puedan seguir ayudándonos a culminar nuestros lances.
Al echarles la luz, el guarro giró sobre si mismo y empezó a salirse de la plaza facilitando ese tiro de “atrás a adelante” que tanto gusta a los arqueros experimentados. En mi caso, humildemente lo reconozco, pura potra. Pero es cierto que el tiro fue como el del lance del “Empalado”, entró por el jamón derecho llegando a la pleura, tenemos disputa sobre si toco un plumón o no, quedando la flecha (que en las fotos no se aprecia pues Gonzalo ya la había medio sacado) con unos veinte centímetros por fuera (están cortadas a 30”) y a favor de los andares del cochino. Por ese motivo creo que cuando el guarro huía, la flecha al chocar con ramas no se partió sino que, al contrario, le removía la punta por dentro efectuándole más daños internos. El guarro huía cuesta abajo y, sólo cuando se encontró con un repecho es cuando el animal empezó a encamarse hasta que se produjo el óbito. Que duros son!
Mientras tanto, el WhatsApp, ya con fotos, echaba humo… felicitaciones, saludos y, como no, referencias a la efectividad del “curare” de los Fozzies… Que momentos son esos en que culminas estos lances, que sabes que no se te olvidarán en la vida.
Pasó así el domingo, recordando en el coche de vuelta con Fede y Gonzalo los detalles del mismo, del pisteo y de las lecciones que aprendíamos del mismo y terminando al vencerme el sueño todavía viendo con los ojos cerrados como el culatín luminoso se perdía de mi vista “dando saltos”.
Cuando amanecí el lunes, pensando que ya había acabado la euforia del lance, me sorprendí a media mañana cuando en un grupo WhatsApp se disparaban los mensajes:
– (Alfonso) INCREIBLE
– (Alfonso) Habéis visto la portada digital de ABC de hoy??
– (Dani). No
– (Alfonso) Muy fuerte !!
– (Alfonso) Jose tu has tenido algo que ver ??
– (Alfonso) Gonzalo ¿??
– (Dani). XD. (Le conoce bien a Alfonso y se huele la tostada…)
Y entonces Alfonso suelta la portada:
El cachondo de él se había trabajado la portada de prensa, donde hasta en el texto no dejaba puntada sin hilo, haciendo referencia a Gonzalo, a mi lado en la foto, y su último tiro jamonero que cortó la femoral al machete.
Sin dudarlo, transmití la misma broma a otros amigos cazadores y, entre nuevas bromas con ellos, gracias al ingenio y buen sentido del humor de Alfonso, transcurrió el lunes.
Así es que, sin comerlo ni beberlo, no sólo había cazado mi primer guarro con arco sino, que, además, resultó ser
¡UN GUARRO DE PORTADA!
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