El macho de Albacete
El pasado sábado, sobre las ocho de la tarde, recibí una llamada de Ignacio Soler, una persona a la que no conocía, de parte de Félix Romero que es un amigo de mi pueblo, Villarrobledo, que le dio mi número de teléfono.
Ignacio me llamó para pedirme ayuda en la búsqueda de un macho de cabra montés que había tirado esa misma mañana contándome que había estado de rececho en la sierra de Albacete y que después de subir en una tremenda caminata con el guarda a un sitio muy inaccesible, vieron a un macho que cumplía con las características de lo que iban buscando, a pesar de que observaron que tenía la punta de uno de los cuernos rota. Mientras terminaban la valoración, el animal salió corriendo y el cazador tuvo que dispararle precipitadamente a unos 80 metros de distancia con el arma del guarda, un rifle 300 con 145 grain.
Al impacto vieron que la cabra dio un respingo y se fue corriendo ladera abajo, perdiéndola de vista. Después de examinar el lugar de huida, tan solo encontraron unos goterones de sangre y un trozo de hueso del tamaño de una uña que por un lado era plano.
A continuación se fueron a buscar al perro del guarda, un Sabueso de Baviera muy entrenado por los muchísimos rastros que realiza cada año con todo tipo de animales de caza mayor.
Por la tarde, el perro suelto siguió el rastro ladera abajo a lo largo de unos 1600 metros hasta llegar a una senda donde abandonaron el intento de búsqueda.
Ignacio me dijo que esto era todo lo que me podía contar sobre lo ocurrido y me preguntó si tendría inconveniente en ir a ayudarle a encontrar al animal. Le dije que tratándose de que Félix nos había puesto en contacto, no me podía negar.
Le pregunté a Ignacio que si tenía todos los permisos en regla y que si, al haber hecho un recorrido tan largo, el rastro que íbamos a tener que realizar se encontraba dentro del terreno del coto. Me contestó que el rastreo que habían hecho sí había quedado marcado dentro pero si animal había seguido caminando en línea recta o hacia la derecha era muy posible que se hubiera salido del límite y que se encontrara ya en otro coto aledaño. Le dije que antes de salir, necesitábamos tener el permiso de los cotos colindantes y me contestó que conocía a los dueños de éstos y no creía que fuera a haber ningún problema. También le comenté que cuando hablara con ellos les preguntase si podíamos portar un rifle para el remate de la pieza, si fuera necesario. Me dijo que se ocuparía de inmediato y me llamaría tan pronto como lo resolviera. Al poco rato recibí una nueva llamada suya diciéndome que ambos propietarios daban permiso para entrar a buscar al macho pero sin armas. Quedamos conformes y le recordé que llevara consigo el precinto; quedando al día siguiente en una gasolinera de Hellín para, desde allí, ir en mi coche.
Esta mañana me pongo en camino y después de llegar al lugar donde habíamos quedado ayer a la hora acordada se acercan a mí dos cazadores que resultan ser Ignacio y un amigo suyo, Raúl Arnanz, que es socio de Aepes de Madrid. Su nombre me sonaba por haber pasado una prueba de rastreo de 400 metros hace unas semanas. Ambos cazadores son amigos íntimos desde la más tierna infancia y ahora, con sus 24 años y buenos puestos de trabajo, se reúnen para cazar siempre que pueden.
Una vez hechas las presentaciones y saludos pertinentes, me enseñan en su teléfono la ruta grabada en Wikiloc que han seguido con el guarda y su perro.
Les digo que me gustaría ir al inicio, al disparo, al anchuss. Pero me contestan que para llegar a ese lugar hay que dejar el coche muy lejos y nos costaría unas dos horas y media de subida para luego, y desde allí, tener que bajar por el otro lado de la montaña durante 1,6 km hasta el punto en el que dejaron de rastrear. También existe la posibilidad de ir directamente al final de aquel rastro, cuyo acceso es más llevadero, e intentar continuarlo. Decido, por mi condición física y edad, elegir el plan B.
Partimos a la sierra y conforme nos vamos acercando, la montaña va creciendo. Salimos de la carretera y vamos por un camino que nos lleva a un cañón con un suelo de arenilla muy fina como fruto de los muchos años limpiándose y acumulándose en el centro donde confluyen las dos laderas.
Avanzamos muy despacio intentando acercarnos lo más posible al lugar al que vamos para no tener que andar tanto y, una vez que hemos llegado, paro el coche, bajo a Sabú de su trasportín, se lo presento a ambos cazadores y éste no deja de olerles sus pantalones y botas.
Le pongo al perro los archiperres necesarios: GPS, campanita, arnés y traílla; yo con mi chaleco amarillo; los cazadores sin armas como habíamos quedado, y todos partimos al lugar indicado por éstos.
Me comentan que la tarde anterior bajaron a la senda por el lado derecho de la ladera así que hoy tenemos que buscar por el lado izquierdo.
Vamos señalando en voz baja algunos detalles que observamos mientras Sabú va olisqueando aquella zona nueva para nosotros y haciendo sus necesidades perfumando con su presencia aquel bonito cañón.
Mientras nos vamos aproximando, el perro se gira a la izquierda saliéndose de la senda y le dejo la cuerda larga para que pueda explorar.
Ahora me dice el cazador que quizá el macho cruzó por allí. Les digo que me extraña que el perro empiece a buscar sin más porque no tiene ni idea del animal que perseguimos. Solo sabe que ha venido a rastrear y hace ya más de un año que le hice dos rastros artificiales al macho montés.
Después de seguirlo con la traílla sujeta, Sabú decide bajar a la senda sin parar de husmear el suelo. Veo ahora unas cáscaras de naranja que son la marca que dejaron la tarde anterior y nos indican el final del recorrido que realizaron. Entonces les digo que prefiero ir hacia la derecha buscando el rastro que trajeron para que el perro huela y aprenda el olor que tiene que seguir.
En los primeros metros vemos con suerte una gota de sangre la cual examina Sabú con detenimiento y sigue caminando hacia adelante ya sin levantar la nariz.
Pasados unos 25 ó 30 metros decido que ya es suficiente. Detengo al perro e intento que huela en la dirección contraria pero él se vuelve porque está interesado en seguir ese nuevo olor. Lo vuelvo a parar y le doy la vuelta llevándolo unos metros más abajo pero él retoma el rastro aprendido. Yo sé que va en dirección contraria pero él no. Así que lo cojo en corto y lo conduzco a la senda e intento que encuentre el olor en la dirección adecuada.
Después de inspeccionar este terreno, el perro comienza el ascenso por un determinado lugar y hago que los cazadores me sigan con un gesto de mi brazo. A los pocos metros, encuentro una gota de sangre y la canto a mis seguidores. Esto empieza a gustarme. Sabú ha captado la idea. Entonces le animo: -“¡Muy bien, muy bien, Sabú, muy bien!” Un poco más arriba veo una ramita de romero a unos 40 cm del suelo pintada de rojo.
Y seguimos subiendo…
Decido ir un poco más despacio porque la ladera se va levantando y aunque Sabú está muy fuerte, yo no tanto.
Después de haber recorrido unos 600 m desde el principio, veo una cama pero, por más que miro, no veo sangre en ella.
Seguimos adelante y subiendo.
Ahora el rastro va faldeando por lo que nos da tiempo a tomar aire y regular la respiración. Pero esto termina pronto y otra vez caminamos hacia arriba.
De pronto, otra gota grande sobre una piedra blanca. Sabú va fenomenal encima del rastro y aunque se ve poquísima sangre, sé que vamos bien, muy bien. Veo al perro muy concentrado y tirando con decisión.
Por fin la montaña se nos va terminando. Entonces encontramos otra cama también sin sangre.
Ya llevamos unos dos kilómetros. Yo voy sudando. Tenemos unos 17 grados de temperatura. Las telarañas que llevaba estos días en los pulmones se me han quitado.
Poco a poco empezamos a bajar.
Algo más delante, la inclinación hacia abajo es mucho más marcada y me tengo que agarrar a lo que puedo para no caerme porque Sabú va tirando con fuerza. De pronto: ¡Zas!, Joaquín se va al suelo pero sin hacerse daño. Enseguida vienen a socorrerme los cazadores. -“Gracias, no me ha pasado nada”.
Continuamos descendiendo y adivino unas pisadas marcadas sobre las acículas de los pinos en el suelo. Quiero pensar que son del macho que ha bajado por aquí porque a Sabú no le han pasado inadvertidas.
Algo más abajo aparece otra cama y después veo otra gota sobre una piedra. Esta sangre es muy roja, muy fresca. La toco y me mancho los dedos.
Seguimos bajando y Sabú comienza a levantar la nariz oliendo el aire que viene de derecha a izquierda mientras nosotros avanzamos en línea recta.
Sabú se para de nuevo y vuelve a oler el aire mientras mira al frente en la dirección que llevamos.
Entonces nos detenemos todos para darle agua al perro y les comento a los cazadores que esta última sangre es muy, muy, muy reciente. Creo que llevamos al macho delante. Quito la campanita del collar de Sabú y todos, en silencio y quietos, oímos el monte. Al poco tiempo, percibimos un movimiento de piedras delante de nosotros. Claramente es el macho que va a unos 70 metros pero tanta vegetación de arbustos y pinos nos impide verlo.
Descansamos unos breves minutos y le pido a Sabú que siga escudriñando. Este lo hace al instante.
Avanzamos muy despacio y bajamos. Sabú se vuelve a parar levantando la nariz y escucha inmóvil. Yo levanto la mano a mis seguidores para que se detengan, observen y escuchen. Y justo en ese momento oímos de nuevo otro movimiento de piedras. La expectación se respira en el aire. – “¡Lo llevamos delante! Seguro”.
Apoyo ahora mi pie en una gran piedra para descansar mientras Sabú se me sube y yo lo acaricio. Lo veo algo cansado pero sabe que lo está haciendo muy bien. Yo se lo reconozco con unas palmadas sobre su lomo.
En ese momento, Raúl exclama con entusiasmo: -“¡El macho va por ahí!. ¡¡Miradlo, en la ladera de enfrente!!
Con los prismáticos, ellos lo ven perfectamente a unos 250 m. A mí, aunque no llevo, también me parece divisarlo metiéndose tras unas matas.
Ignacio y Raúl dicen que el macho va muy despacito con la cabeza muy baja. ¡Vaya tela!… Entonces hablamos del plan a seguir: Yo les digo que si seguimos al macho como hasta ahora, aunque vaya herido no lo alcanzaremos y vamos a estar jugando al ratón y al gato. Si suelto al perro, este no está preparado para acosar, morder y parar al bicho. Mi perro, cuando va suelto por cualquier circunstancia, sabe llegar al animal vivo o muerto y lo que hace es volver a buscarme para llevarme a él. Sabú nunca ladra a muerto ni muerde porque yo no le he querido enseñar a que lo haga. Suponiendo que mordiera, más tarde o temprano, en un arreón de uno de estos animales de caza mayor, me quedaría sin perro con seguridad. Así que ahora veo que ya no puedo hacer más. Mi misión ha terminado.
Otra opción que los cazadores ofrecen es ir a por un rifle pero lo tienen en el hotel aunque saben que no les han dado permiso para llevarlo. Ir desde el lugar donde nos encontramos y por estos caminos, nos llevaría casi hora y media y otro tanto en volver. Luego habría que buscarlo de nuevo. Se nos haría de noche…
Mi opinión es que lo dejemos, salir de aquí, buscar un sitio con cobertura para poder llamar al guarda y pedirle que venga con su perro.
Finalmente, esta última opción es la que más nos convence. Ignacio propone quedarse allí vigilando para saber si se mueve el bicho. Mientras, Raúl y yo vamos a buscar el coche que se encuentra a 250 metros de distancia a la izquierda de donde nos encontramos según me indica el GPS del perro.
Hemos quedado con Ignacio en que cuando escuche el coche pasar por el camino, se dirija a nuestro encuentro y le recogeremos.
Así lo hacemos y después de un rato nos encontramos los tres. Ignacio nos comenta que en el silencio del monte según venía caminando despacio ha vuelto a escuchar moverse al herido.
Partimos a buscar una gasolinera porque mi Volkswagen Touareg tiene sed.
Después de repostar comemos allí mismo, levantando la puerta trasera del coche, algo de embutido, tosta de carne, pan y queso que llevan los cazadores.
Ignacio ha llamado ya al guarda pero este le dice que no se puede acercar ni hoy ni mañana porque está en el hospital con su padre.
Ante este imprevisto, me ofrezco a volver mañana para ver si tenemos más suerte. He vuelto muy cansado y, al llegar a casa, me acuesto pronto para poder seguir al día siguiente.
Enseguida suena el despertador. Son las 05:15h.
Después de un rápido aseo, recojo a Sabú y marchamos de nuevo rumbo a la misma gasolinera de ayer.
Nos encontramos y nos saludamos. Ignacio me dice que tenemos una buena noticia: ha conseguido hablar con el dueño del coto contiguo y hoy nos da permiso para llevar armas.
Yo también les comento que, mirando anoche la ruta marcada en el Wikiloc, se adivina que el macho herido está volviendo a la zona del disparo donde se presume que tiene su hábitat.
Ignacio opina que así sería mejor porque el animal no habría llegado a salir de su coto; no teniendo, por tanto, que dar explicaciones a nadie. Pero ya veremos cómo se nos da la mañana…
Durante el trayecto en coche con los cazadores al lugar de los hechos, Ignacio reconoce que va muy nervioso; más si cabe que cuando fueron a rececharlo ayer con el guarda ya que es este es su primer macho montés. Yo le digo que esté tranquilo porque tengo la corazonada de que lo vamos a encontrar y cerca. Sería el primer animal que rastreo que después de haber visto tres camas suyas no lo hayamos encontrado.
Llegamos al conocido camino de ayer, al cañón. Decidimos dejar el coche un poco antes del lugar donde tenemos que empezar el rastreo. En silencio nos pertrechamos de lo necesario pero hoy no le pongo la campanita a Sabú. Nos llevamos el rifle de Ignacio: un 30.06 de cerrojo. Hoy hace más frío: 7 grados centígrados. Me pongo mi jersey de lana con el que tantas esperas y salidas al campo he hecho a lo largo de los muchos años que hace que lo tengo.
Ellos portan un mochilón casi vacío con algo de agua, ropa de abrigo y unos cuchillos para poder coger la carne y el ansiado trofeo si finalmente encontramos al macho. Yo cojo una vara de avellano que tengo hace muchos años y suelo llevarla en el coche para ayudarme a andar por estos lares de cabras.
Enseguida que empezamos a andar, Sabú como siempre, alivia su intestino cambiando el olor del ambiente.
Por fin llegamos al sitio y dejamos la senda iniciando la marcha por una zona de gran inclinación ascendente por la que tenemos que subir a gatas por un terreno blando y escurridizo lleno de acículas de pino.
Después de ascender este gran repecho, buscamos el lugar exacto donde vimos al macho por última vez pero no hay forma de encontrarlo. Así que les digo a los amigos que lo mejor sería ir al lugar donde estábamos ayer desde el cual vimos al herido. Ignacio se ofrece a bajar y subir mientras que Raúl y yo nos quedamos a la espera de que vuelva con alguna indicación que nos dé la pista de por dónde debemos continuar.
Al cabo de un rato, Ignacio regresa diciendo que no encuentra el sitio porque ayer brillaba el sol y hoy la luz es diferente al ser tan temprano lo que hace ver la zona distinta. Prefiero ir yo con alguno de ellos para conseguir ubicarnos. Me acompaña Ignacio. Casi llegando arriba, este resbala y se pega un leñazo cayendo encima del rifle. Se ha hecho daño en un hombro que según me comenta, tiene fastidiado desde hace unos años. ¡Qué fatalidad!
Finalmente encontramos el lugar gracias al brillo que el sol proyecta sobre una gran piedra que nos resulta familiar. Sacamos la conclusión de que estábamos buscando por una zona algo más baja de la ladera.
Le dejo a Ignacio mi gorra naranja de Aepes para que haga aspavientos con ella con el fin de llamar la atención de Raúl y conducirle hasta donde nos encontramos.
Al llegar a la senda, me doy cuenta de que, aunque hace frío, posiblemente después tendré calor con el jersey así que lo dejo en el camino con la intención de recogerlo cuando terminemos.
Una vez reunidos los tres, no encontramos por allí ningún indicio, ni sangre, ni nada del macho. Sin embargo voy dejando a Sabú que vaya oliendo el terreno pero sin hacerle ninguna indicación. Él ya va con la nariz en el suelo hasta que comienza a dirigirse por un sitio determinado.
Como no sé si el perro va bien, les digo a los cazadores que me esperen allí para no perder la orientación sobre la zona que tanto nos ha costado encontrar.
A Sabú lo veo decidido. Unos metros más delante encuentro unas heces negras brillantes y bastante recientes que creo que son de cabra porque nunca he visto otras igual. Aunque ya sería mucho afinar si afirmara que son del macho que buscamos… El perro continúa adelante tirando con firmeza pero lo paro para volver a recoger a los compañeros.
Ellos me comentan que el macho se quedó detrás de una mata en la que ahora nos encontramos y pensamos que tuvo que huir hacia arriba y a la izquierda.
Pongo allí a Sabú y este recorre unos pasos en la dirección que suponemos pero después se gira hacia la derecha para tomar el rastro que él había elegido anteriormente.
Volvemos a pasar encima de las heces y con un gesto de brazo les indico que me sigan.
Empezamos a subir.
No vemos nada de sangre. Noto que Sabú tira con decisión. Realiza algún intento de transitar por lugares de difícil acceso pero siempre en sentido ascendente. En algunas ocasiones gateamos para superar estos escalones.
Al cabo de unos 600 metros de subida veo una gota de sangre en aquel rocoso lugar cantándola pletórico a mis acompañantes: –“¡Sangre, sangre!” Animo a Sabú:-“ ¡Vamos , Sabú!, ¡Muy bien, muy bien!, ¡Rastro, rastro!”. Él mueve entonces su cola sin mirarme. Agito el puño en el aire en señal de victoria y de alegría y continuamos subiendo sin ver nada más.
En algún momento tenemos que sortear algún arbusto por el que yo no puedo entrar y les pido a mis compañeros que rodeen la mata y cojan la traílla del perro y que no me esperen. Es mejor ir tras Sabú. Yo ya llegaré… Suben y suben. Yo cada vez voy más retrasado.
Levantan la voz diciendo que el perro se ha vuelto a buscarme. Él quiere que yo vaya detrás en todo momento mientras rastreamos. Al llegar a mí, se pone de manos para saludarme mientras yo lo acaricio y aprovecho para coger su traílla e indicarle que siga el rastro. Él, al instante y contento, obedece.
Subiendo y subiendo.
Ya voy muy despacito e Ignacio me dice que si quiero lo dejamos. Esto se va alargando mucho. Quizá no lo encontremos y me ve muy agotado. Yo le contesto que si el perro quiere seguir, iré detrás aunque sea lentamente. Nada más decir esto… ¡veo otra gota de sangre! –“Mira, ¿Cómo lo voy a dejar? ¡Si el perro va sensacional!”
Llevamos ahora 1300m de tremenda subida y les pido descansar unos minutos. Sabú va aún con la boca cerrada. Esto es como un paseíto para él porque con el frío se cansa mucho menos.
Reanudamos la subida.
A unos 200m de la última sangre: otra gota. Esta es muy fresca y reciente. Efectivamente, la toco mientras se impregnan mis dedos de un rojo intenso.
Más adelante, Sabú empieza a levantar la nariz oliendo el aire (igual que ayer). No lo comento a los compañeros pero pienso que puede estar muy cerca. Vamos con pasitos lentos, cortos pero constantes.
Llegamos a la cumbre. Sopla un aire tremendo y yo en camisa y sudando. Quizá coja frío…
Continuamos el camino ahora en plano y llevando a Sabú a una distancia de unos siete metros de mí con la traílla. Al pasar por una matita, ¡el macho se levanta de repente y sale corriendo!
-“¡Míralo, míralo!, ¡Tira, tira!”
Yo al instante echo una rodilla al suelo para no molestar al tirador que va detrás de mí con su rifle. Pero el bicharraco se va a proteger detrás de una mata que impide su visión y poder dispararle. Ignacio sale corriendo tras él y yo gritando: -“ ¡¡Tira, tira, tira!!” Pierdo a Ignacio de vista que va tras el animal. ¿Cómo puede correr tanto con lo que llevamos encima?… Por fin oigo: “¡¡Pum…!!”
Se crean unos largos y silenciosos segundos hasta que lo oímos gritar: -“¡¡Yaa…,yaaa…, yaaaa!!, ¡¡Qué bieeenn!!”
Nos precipitamos ansiosos por ver lo sucedido y encontramos a Ignacio que vuelve con los brazos en alto. –“ ¡¡Ha caído!!”
Vamos corriendo a verlo. Ha recorrido unos 25 m hasta ser abatido. Aún estaba con muchas fuerzas. Pero allí yace en el suelo el precioso animal.
Al acercarnos, veo que está aún vivo. –“¡Cuidado!, remátalo a cuchillo”. Mientras el cazador busca en su mochila el acero, yo le piso uno de los cuernos por si se levantara. Le entra el cuchillo. El animal grita en su agonía. Ya está.
Ignacio se levanta con las manos ensangrentadas y yo me dirijo a Sabú para dedicarle unas alabanzas. Este agita alegremente su cola sabiendo que lo ha hecho bien. Lo acaricio, le hablo, lo recompenso con las salchichas que está esperando y le dedico su necesario tiempo de afecto.
Ignacio aguarda de pie. Me abraza dándome las gracias. Ambos amigos se dirigen al perro abrazándolo también y dándole palmaditas de agradecimiento por todo su cuerpo que él recibe entusiasmado. Después nos abrazamos Raúl y yo.
Ahora ya tranquilos, vaya emociones…
Intento agotado sentarme en el pedregoso suelo y casi ni puedo doblar las rodillas. ¡Vaya tensión!
El animal lleva una gran herida en la parte baja de la paletilla derecha. No sabemos si hubiera conseguido sobrevivir con ese tremendo boquete. Lo más probable es que hubiera tenido una mala muerte.
También vemos el agujero de bala de este último disparo, entrándole por el abdomen hacia el pulmón sin salida.
Mientras sacamos al animal de allí para colocarlo sobre unas piedras con la intención de hacer unas fotos, Raúl encuentra en el suelo una punta de cuerno de macho montés de unos 10 cm. Se lo colocamos a este que ya sabemos que le faltaba un trozo y comprobamos que le encaja bien…¡Es increíble!¿Cómo es esto posible?…
Ignacio cree que no es el suyo. Raúl y yo lo convencemos para que se lleve el trozo con el fin de que el taxidermista decida si ponérselo o no.
Yo ya intuía que el macho estaba volviendo a casa pero encontrar la punta que le faltaba en el mismo sitio en que ha muerto es totalmente inexplicable.
Nos hacemos muchísimas fotos, casi todas con Sabú al cual ya le he quitado la traílla y su arnés de rastreo y está disfrutando de su libertad sin alejarse y observando todo lo que hacemos.
En el momento de las fotos, Ignacio se da cuenta de que ha perdido el teléfono móvil aunque sabe que en la subida lo llevaba. Ha debido caérsele en la carrera después del disparo. Les propongo retroceder en línea por donde hemos venido y terminamos encontrándolo.
Sacamos los lomos del animal. Ignacio muy decidido saca de su mochila unos cuchillos, uno en concreto súper afilado similar a un bisturí con el que en un momento secciona la carne. Durante la operación, le vamos dando a Sabú trocitos de esta carne que engulle sin masticar.
Cogemos también las pezuñas y unos trozos de piel para poder hacer otros rastros a nuestros perros posteriormente.
Introducimos todo el material que queremos llevarnos en la mochila dejando la cabeza fuera. Les pido que me dejen llevarla ya que ellos la habían llevado durante la subida y ahora vamos en bajada.
Al poco de empezar a bajar, Ignacio pega otro resbalón y vuelve a caer. Esta vez se hace mucho daño en una rodilla teniendo que esperar a que se recupere para continuar el descenso.
Ya bajando y analizando en frío lo ocurrido, creo que hoy hemos podido acercarnos a la pieza por algunas circunstancias como:
Haber subido tan despacio y sin hacer ruido.
El acierto de haberle quitado la campanita al perro para no alertar al monte.
Y, por último, el fuerte y ruidoso viento que había en la cima que pudo camuflar los pequeños signos de nuestra presencia ante el animal herido.
Hacia la mitad del recorrido de bajada, Ignacio me pide llevar la pesada mochila.
Raúl también se resbala cayendo de espaldas pero sin consecuencias.
Al fin llegamos a la sendita en plano que nos conduce al coche. En este trayecto, a Sabú se le ocurre que ahora tenemos que jugar como hacemos otras veces. Él viene corriendo hacia mí tumbándose a mi lado y mientras se coloca patas arriba, le estiro de alguna mano; lo toco con fuerza, le doy pellizquitos, le tiro de alguna oreja, le cierro unos instantes el morro…Luego sale corriendo y yo lo llamo con pequeños aplausos; vuelve de nuevo a mí y repetimos el juego las veces que haga falta. Hoy no le puedo negar nada. Va contento y yo más.
Resumiendo, en el rastro de ayer hicimos 3.000 metros de rastreo en 2 horas y hoy nos ha llevado 1.850 metros en dos horas y media. Más, si sumamos los 1.600 metros que hicieron con el guarda, son 6.450 metros de rastreo en total.
Yo estaba a una distancia desde mi casa de unos 260 km que, con los 4 viajes de ida y vuelta, agregan 1040 km.
Llegamos al coche y hacemos el trayecto hacia la gasolinera donde Raúl e Ignacio tienen su vehículo. Al bajarme me da frío y entonces me acuerdo de que el jersey lo dejé en el caminito para recogerlo a la vuelta pero con tanta emoción se me ha olvidado. No sé si lo recuperaré aunque Ignacio dice que hará lo posible.
Ya toca despedirnos. Ignacio, mirándome de frente, me pregunta que si puede darme otro abrazo diciéndome:- “Por mucho que cace en mi vida, nunca olvidaré este día, ni a ti, ni a Sabú. ¡Mil gracias, Joaquín!
Después me despido de Raúl también con otro gran abrazo. Este me dice: -“Ha sido una pasada estar contigo, Joaquín. He aprendido mucho hoy de perros y rastros. No te voy a olvidar nunca y cuanto más tiempo pase, más valoraré este momento porque ha sido una experiencia única”.
Son dos personas maravillosas, educados, correctos en todo momento y excelentes cazadores. ¡¡Ojalá nos volvamos a ver, amigos!!
Vuelvo emocionado y feliz.
¡Viva la caza, viva Sabú!
PD: Al día siguiente recibo un mensaje de Ignacio informándome que el taxidermista le ha dicho que la punta encontrada pertenece al macho cazado con toda seguridad.
Joaquín Ortega Barnuevo
Conductor acreditado de Aepes
Desde luego una historia fantástica e inolvidable. Qué envidia de perro y de ánimo y pasión por la caza de su guía, ojalá nos dure mucho. Enhorabuena a todos.