El arte del rastreo o la importancia de entender a los animales.
Hace muchos años tuve la suerte de toparme con un libro que para mí, como cazador, supuso una revelación: “The Art of Tracking, The Origin of Science, de Louis Liebenberg» (El arte del rastreo, el origen de la ciencia).
Se trata de una obra de apenas unas 150 páginas en las que su autor nos desvela la importancia que para el ser humano supuso la necesidad de perseguir a sus presas y la ciencia que ese trabajo escondía en el acto cotidiano de nuestros ancestros por conseguir su pitanza. Somos científicos porque tuvimos que rastrear.
Biología, etología, matemáticas, física, climatología e incluso la lógica y la intuición, son necesarias para poder interpretar una huella y saber de antemano qué dirección tomará un animal y dónde podremos pararlo. Desde la más simple de las búsquedas de una huella tras la otra, hasta la búsqueda intuitiva en la que el cazador se anticipa a los movimientos de su presa al tiempo que lee los indicios que se superponen sobre su huella para determinar la edad o el tiempo transcurrido.
He tenido la suerte de pistear con Bosquimanos en el Kalahari, con Fula en Guinea Bissau, Dowayos en Camerún, Lozi en Zambia y sobre todo con Wolof en Mauritania y todos ellos me han enseñado la importancia de concentrarse en el pisteo cuando intentaban dar con un animal o seguir una presa herida por mi torpeza a la hora de disparar. Un trabajo silencioso, constante y repetitivo que les llevaba a dar con ellos tarde o temprano.
Los amantes del rastro de sangre tendríamos mucho que aprender de todos ellos. Es cierto que en la mayor parte de África el suelo arenoso ayuda mucho a seguir una huella. Pero no es menos cierto que seguirla en un mar de huellas de decenas de animales durante 10 kilómetros hasta dar con una gota de sangre tras una tarde y una noche, es una experiencia que enseña sobre todo humildad. Y más si el San que te acompañaba seguía al tiempo a los 5 ñues compañeros del que habíamos herido mientras tú a duras penas seguías a uno de ellos.
Cuento esto porque considero que los rastreadores de perro de sangre, cuando formamos un equipo con nuestro perro, debemos ayudarle cuando pierda el rastro o confirmar, mediante la lectura de los rastros, que está en lo cierto y que lleva bien el rastro.
Así que como conductor de perro de rastro no nos queda más remedio que comprender bien el arte del rastreo. Ahí van algunas líneas de mi experiencia y de la sabiduría que se encontraba en el libro mencionado.
En primer lugar, es bueno saber si una huella es fresca o antigua. Aunque parezca complicado, conocer si una huella es reciente resulta sencillo al fijarse en sus bordes. Si son precisos la huella será más reciente que si empiezan a difuminarse. En efecto una huella recién puesta en arena, tierra, barro o nieve, presenta los bordes superiores lisos y definidos, mientras que le paso del tiempo acaba degradando los mismos para comenzar a desdibujarla.
Si hay agua y esta está clara en el fondo de la huella es signo de antigüedad, mientras que agua turbia es indicación de huella recién puesta. Si tiene hojas o polvo en su interior, la huella ya ha pasado tiempo, puesto que las recién puestas están libres de hojarasca o polvo.
Aunque los conductores nos morimos por encontrar indicios tipo sangre, pelos, tripa o hueso, la realidad es que muchas veces lo único que deja un animal herido es su huella y por ello hay que hacer un esfuerzo por encontrarlas y saber interpretarlas.
Una huella de animal que anda tranquilo tan solo presenta las dos pezuñas centrales en el caso de los cérvidos y las centrales y las laterales menos marcadas en el caso de un guarro. Si el animal está huyendo en loca carrera, esa misma huella marcará las dos pezuñas secundarias en un corzo o un ciervo, al tiempo que las centrales se mostrarán separadas por su puntas. Otro tanto pasará con las de un marrano, que además marcará de forma muy profunda las uñas laterales.
Además de ser capaces de fijarse en la huellas del animal, deberíamos ser conscientes de que muchas veces los signos que nos dejan son de tipo marcas en la vegetación que hay que saber interpretar. Una rama movida o rota, una mata pisada o una hierbas tumbadas son a veces signos del paso de una res que se mantienen con cierta frescura como para poderlas interpretar. No solo hay que mirar al suelo, a veces es bueno llevar la vista a media altura para ver esos signos o las manchas de sangre que pudieran haber quedado en la vegetación. En otras ocasiones es el rocío removido de la mañana el que deja su marca en la huida de la res, siendo incluso evidente en una siembra a gran distancia.
En los rastros de sangre que dejan los animales, también hay mucha información más allá de confirmarnos que vamos bien en la senda del cobro. Si la gota es simplemente gravitacional, la mancha que deja es como una estrella, con las puntas en todas direcciones del mismo tamaño. Por el contrario, cuando la gota ha caído del cuerpo en movimiento, al impactar en el suelo dejan tan solo puntas en la dirección en la que marcha la res, formando la silueta de un cometa que va en dirección contraria a la de la huida. En ocasiones, esa gota ya lleva el impulso del cambio de dirección antes incluso de que la siguiente huella del animal se pose en el suelo dando un quiebro y por ello es la que primero muestra el viraje de la res.
Pero si importante es fijarse en los signos que dejan las reses heridas en cuanto a huellas y rastros, más importantes es ponerse en su piel y entender el porqué de todos sus movimientos. Es eso lo que se conoce como rastrero intuitivo y que es el culmen de la búsqueda de una presa. Los bosquimanos llega un momento en que abandonan la búsqueda de una presa huella a huella para cortar terreno al intuir la dirección de la presa, ahorrando de este modo tiempo y esfuerzo.
En el caso de los equipos de rastreo, esta cualidad nos debe servir para ayudar en los momentos en los que nuestro compañero pierde el rastro. Es en esos momentos en los que saber cómo reacciona y actúa una res nos va a permitir llevarle de nuevo a encontrar el rastro.
Por ejemplo, una res con una mano rota es complicado que repeche por lo complicado y si nuestro perro la pierde es mejor buscarla por los bajos. O al contrario, intuir que el cobro va a resultar complejo si la res no hace más que tirar para los altos como si nada.
A veces, con ver un rastro, ya intuimos con la experiencia por donde va a tirar la res herida, generalmente por lo más fácil, sin olvidar que para ellas lo fácil puede ser por en medio de un zarzal. Cuanto mejor entendamos la psicología de las reses mejores rastreadores podremos ser. Eso no quita que cada día nos sorprendan con una nueva argucia, puesto que en esos momentos en los que se juegan la vida, las reses son capaces de mil artimañas para evitar la muerte que las persigue.
Para esos casos no hay otra que entrenar con nuestros perros y sin ellos. Con ellos para ponerles esas tretas y entenderlos y saber leerlos. Comprender cuando llevan el rastro y cuando no. Cuál es su reacción ante un caliente distinto del rastro que buscamos y cuando está cerca de la res. Cómo reaccionan al llegar a un rastro muerto porque la res ha vuelto por sus pasos, etc.
Pero debemos también entrenarnos a seguir reses en el campo sin motivo aparente. Buscar una huella fresca e intentar seguirla por el puro placer de saber a dónde nos lleva ese día. Solo así conseguiremos progresar en este bello arte de rastrear y seremos capaces de sacarle mucho más jugo a nuestro equipo de rastrero.
Suerte y buena caza
Rafael Centenera
Director Territorial de Aepes Madrid
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